
Un paseo diferente por las dos Cartagena de Indias
Existen dos Cartagena de Indias aunque el turista sólo conozca una. Está la ciudad histórica amurallada, la que aparece en las postales con el encanto colonial de una época pasada. Pero también está la metrópoli que se expande extramuros, en cuyas calles se baila champeta y la pobreza se combate con esa resiliencia de la que Colombia es bandera junto a generosas dosis de vitalismo caribeño.
Cartagena de Indias es una metáfora de la desigualdad de Colombia. Esto no se cuenta cuando atraviesas por primera vez sus murallas en uno de esos ruidosos taxis con la música siempre alta y el aire acondicionado pugnando por espantar el tremendo calor. De hecho, el centro histórico de la ciudad es quizá el lugar más seguro de Colombia. La entrada de divisas del turismo es sagrada por lo que la presencia de la policía es constante en los lugares más visitados.
Esto no quiere decir que no valga la pena visitar Cartagena de Indias. Más bien lo contrario, para mí es la única parada obligatoria para quien conoce por primera vez Colombia. Es necesario conocer la realidad que se esconde tras ese paraíso de majestuosas casas coloniales con hermosas fachadas de colores por donde caen las buganvillas y por cuyas callejas empedradas pasean los carruajes con parejas de enamorados cubiertos felizmente con guayaberas y vestidos vaporosos.
Getsemaní, es el lugar de moda, desde donde se empieza a construir un puente que une por fin los dos mundos que dividen a los cartageneros
Recuerdo que la primera vez que llegué a la ciudad, a finales de 2015, las autoridades querían prohibir a los menores bailar champeta en las calles. Decían que este ritmo causaba el embarazo de las niñas. Una decisión que refleja bien ese doble rasero según el cual hay una parte bonita de la ciudad que hay que mostrar al turista y otra, la voz de la calle, la de la cultura afro y sus tradiciones, que es necesario esconder y callar.
Entonces hablé con los grandes cantantes de esta música contagiosa, todavía más caliente que el reggaetón, expresión de los primeros esclavos que se liberaron en el pueblo vecino de San Basilio de Palenque. Iconos locales como Charles King, Louis Towers y Viviano Torres me hablaron de esa otra Cartagena de Indias que no sale en las cuentas de Instagram de las modelos y los actores de Hollywood que visitan su ciudad.
Hay un barrio que ha logrado superar los prejuicios y la barrera invisible que separa a los que viven más allá de la ciudad amurallada. Getsemaní, a donde se llega a pie desde el centro histórico en cuarto de hora, es el lugar de moda, y desde donde se empieza a construir un puente que une por fin los dos mundos que dividen a los cartageneros.

Hace ya unos años que este barrio popular comenzó una labor de rehabilitación liderada por la población local y hoy es un ejemplo de convivencia, ambiente nocturno animado y seguro y preservación de la identidad. Son ya famosos sus murales de graffiti, donde los artistas locales expresan sus inquietudes y plasman su visión colorida de cuanto les rodea, y que aparecen por sorpresa en calles como La Sierpe, San Juan y Espíritu Santo.
Muy cerca de esta última está el Callejón Angosto, donde los vecinos han colgado de los cables eléctricos que comunican sus casas un sinfín de coloridos paraguas. Otra calle muy popular para los cazadores de fotos típicas es la de San Andrés, cubierta de banderines como si todos los días fueran fiesta.
Lo mejor es pasear sin rumbo fijo por su encrucijada de calles cuando el calor húmedo no aprieta, o muy pronto por la mañana o a última hora de la tarde. Hay que charlar despreocupadamente con los vendedores ambulantes -tratarán de que compres de todo, desde cigarros habanos hasta camisetas de La Tri, la selección nacional de fútbol- y tomar algo refrescante en algún puestecito callejero. A mí me encantan las limonadas de coco -las sirven granizadas y también las hay cerezadas y naturales, con hierba buena-, y además ofrecen rodajas frescas de mango con sal o jugo de coco frío.
Por la noche es muy recomendable dejar pasar las horas con una cerveza fría en los alrededores de la Plaza de la Trinidad, donde siempre surgen animadas discusiones y a veces se monta alguna fiesta improvisada con músicos. Hay que tener cuidado, eso sí, con los raperos de la calle. Grupitos de pelaos -así llaman en el Caribe a los chicos jóvenes- que bromean con el turista armados con un pequeño altavoz que dispara ritmos de hip hop y su innata habilidad para reírse de todo mientras riman frases.

Quizá el sitio de rumba más emblemático de esta zona sea el Club Havana, un homenaje a los garitos cubanos de los años 50, donde se reúnen locales y guiris para bailar, beber un trago de ron y disfrutar de la música en directo.
Entre mis antros nocturnos favoritos en Cartagena está Quiebra Canto, situado en la ciudad colonial junto a la plaza de la Concordia. Es realmente auténtico, un lugar pequeño de salsa tradicional. Siempre que voy con amigos locales las noches se alargan y para que no cierren alguien propone reunir algo de plata. Nunca he sabido si es para pagar a la policía y que haga la vista gorda o para que los propietarios cubran el gasto de una hipotética multa.
Además en locales como Bazurto Social Club o Donde Fidel se puede escuchar buena música. En el Caribe la juventud no baila tanto reggaetón como en Medellín o en la capital de Bogotá, aquí prefieren, además de la salsa, los ritmos autóctonos, ya sea champeta, vallenato, cumbia o bullerengue.
Cartagena de Indias acoge algunos de los eventos culturales que son un referente en toda Latinoamérica, como Hay Festival, su certamen de cine FICCI o el de música clásica
En este recorrido por los lugares no tan típicos de Cartagena hay que hacer un homenaje a Gabriel García Márquez, cuyas cenizas descansan en la ciudad donde dio sus primeros pasos como periodista y que siempre sintió como uno de sus hogares predilectos hasta que murió en 2014 en Ciudad de México. La Heroica, como llaman a esta ciudad en Colombia, acoge la Fundación Gabo que él mismo creó y que se ha convertido en el pegamento que une a los periodistas más talentosos no solo de Latinoamérica, sino de Estados Unidos y España.
Los fanáticos de la obra de Gabo se volverán locos en la librería Los Mártires, un pequeño local bajo el puente por el que se entra a la plaza de la Torre del Reloj abierto desde 1953 que vende obras descatalogadas y piezas únicas. Entre ellas se puede encontrar una primera edición de ‘El amor en los tiempos del cólera’ que sacó la editorial colombiana Oveja Negra por unos 440.000 pesos -cerca de 120 euros- o un ejemplar de ‘Del amor y otros demonios’ firmado por el autor. Ambos títulos, igual que ‘El general en su laberinto’, se inspiran en Cartagena de Indias.
Cruzar el Portal de los Dulces, frente a la plaza de la Torre del Reloj, es como introducirse en sus libros, donde perfectamente tendrían hueco esas negras palenqueras que lucen vestidos con todos los colores del arcoíris y venden golosinas de nombres sugerentes como las bolas de tamarindo, la conserva de plátano, los caballitos, el merengue, los cubanos…

Para almorzar hay infinidad de suculentas opciones, aunque al ser un puerto marítimo destacan los pescados frescos, mariscos y ceviches. Un secreto: hay que probar la arepa de huevo que prepara desde hace más de dos décadas Esther Argel Orozco, a quien todos conocen como la Mona, en su pequeño carrito en la céntrica plaza Fernández de Madrid. Es una especie de empanada muy popular en la costa Caribe colombiana, con una cubierta crujiente y dentro un delicioso huevo que estalla al morder. No hay quien lo prepare como ella.
Cartagena de Indias acoge algunos de los eventos culturales más importantes del país, algunos son un referente en toda Latinoamérica como Hay Festival, su certamen de cine FICCI o el de música clásica. No tan conocido por el turista, pero muy popular entre los locales, es el Festival del Frito, una fiesta gastronómica donde se reúnen miles de vecinos para degustar las arepas de guevo, pero también jugosas carimañolas y otros manjares como las papas rellenas de carne, todo ello sazonado con ají, suero costeño y otras salsas.
En este recorrido por los lugares no tan típicos de Cartagena hay que hacer un homenaje a Gabriel García Márquez
Más opciones para comer que nunca fallan en el centro histórico: La Mulata, El Bistro, La Cevichería, Maria, El Kilo, La Vitrola… y para darse un capricho en la merienda hay que pasar por la Gelateria Paradiso, donde ofrecen helados de sabores naturales que preparan con frutas tropicales, o por la pastelería Mila, una de las más conocidas de la ciudad, auténtica perdición para los golosos.
Para terminar, un plan muy especial que pocos conocen. Desde su apertura a finales de 2016 el Restaurante Interno se ha convertido gracias al boca a boca en uno de los locales de moda en la ciudad entre los entendidos y bohemios. Su particularidad es que está dentro de la cárcel de mujeres de San Diego y son las propias reclusas las que preparan la comida y la sirven a los comensales en un agradable salón decorado con mucho gusto.
No es sólo una propuesta que vale la pena apoyar, pues los beneficios van para una fundación que trabaja para mejorar la vida de las reclusas, sino que además el menú es delicioso y tiene buen precio. Por unos 25 euros ofrecen una entrada a elegir entre carimañolas, encocado de camarón, ceviche de pescado, tiradito con salsa de tamarindo y boronía, además de un plato fuerte que puede ser posta cartagenera, pesca del día, berenjenas a la plancha, ensalada con vegetales ahumados y arroz caldoso, con un postre y una de sus deliciosas bebidas caseras.
Cartagena de Indias nunca es lo que parece a primera vista pero siempre vale la pena volver a este lugar hermoso en el Caribe colombiano.

José Fajardo